...son los Reyes Magos de la ilusión

Recuerdo cuando era chiquita esperar con ansia la mañana del 6 de enero; mientras en muchas partes de México ya empezaba a usarse la figura de Santa Claus, en mi casa a los niños todavía nos traían los regalos los Reyes Magos. Desde inicios de diciembre empezaba la amenaza: “si no te portas bien no te van a traer nada los Reyes” o la más intimidante “Cuidado, te están viendo los Reyes Magos”, esas palabras eran suficientes para cambiar mi actitud en un segundo.

A veces, por las noches salíamos con mi papá al gran patio que tenía mi abuela y él nos señalaba tres estrellas que estaban juntas y nos decía que eran los Reyes Magos que se estaban acercando y a mí, con la imaginación que te da la niñez, me parecía que cada día las estrellas estaban más cercanas.

Al fin llegaba la víspera del 6 de enero, mis hermanos y yo, con ayuda de mi mamá, preparábamos lo que considerábamos un gran festín para ellos: galletas con leche para Melchor, Gaspar y Baltazar así como pasto y cubetas con agua para el caballo, el camello y el elefante en el que se transportaban cada uno.

A la mañana siguiente nos levantábamos emocionadísimos, muy puntuales a las 6 de la mañana a buscar nuestros regalos, unos años nos los dejaban abajo del árbol, otros en la sala y uno muy especial fue cuando nos los dejaron en el patio y los tuvimos que buscar; por una fracción de segundo pensé que ahora sí, este año me porté muy mal y no me trajeron nada, pero mi mamá insistía: “busca bien, no estás buscando bien”, hasta que debajo de un árbol que a mí me parecía enorme encontré los maravillosos regalos.

Eso sí, hasta la fecha mis hermanos y yo comentamos que los regalos tenían un brillo especial, en verdad parecían mágicos. Y para mí, esos recuerdos realmente lo son.